Los cambios son difíciles de aceptar, ¿no?
Y si no que me lo digan a mi… hoy he realizado un experimento y, la verdad, ni
me imaginaba lo que me iba a pasar.
Como me ha parecido un resultado
inesperado y curioso, he decidido compartirlo con el mundo, para que también,
si quieren, lo implementen en sus casas, a ver qué resultados obtienen.
Un poco de contexto
Somos una familia, de clase media, con 4
hijos. El mayor, Juan, tiene 15 años y acaba de estrenar colegio. Diego, el
segundo tiene 13 y también es varón. La tercera, Beatriz, tiene 11 y ya empieza
con la adolescencia. Y la última, Almudena, tiene tan sólo 8.
La casa que habitamos en la actualidad
dispone de 3 cuartos para los niños que se distribuyen de la siguiente manera:
Uno es ocupado por Bea y Almu, otro por Juan y otro por Diego
El tema en cuestión
Y el tema ha sido el siguiente, la
relación de los dos de en medio (imagino que no será la primera vez ni la
última que pasa en cualquier familia) es regularmente tensa y es fácil verlos
pelearse y discutir. Pero el sábado pasado la cosa (siempre según mi versión)
llegó a un límite. Sin mucha reflexión y disparándose como un resorte a mi
cabeza, tomé la decisión unilateral de hacerles pasar más tiempo juntos y (esta
vez) les impuse un castigo ejemplar: compartirían cuarto durante un mes para
que así pudieran entenderse mejor!!!
Ala, ahí quedó eso. Además, el castigo
empezaría el mismo domingo, sin más. No permití el derecho a réplica, ni la
capacidad de diálogo (¡y eso que soy coach!). Estaba realmente enfadado y
molesto con lo que había pasado y quería plantear un castigo ejemplar, además
de darles un pequeño escarmiento (iluso de mi…).
Pues bien, dicho y hecho. El domingo nos
levantamos pronto por la mañana y preparamos el desayuno. Mientras lo hacíamos,
mi hija empezó a hablar conmigo.
“Papá, necesito hablar contigo” me dijo.
“ ¿De qué quieres hablar?” le pregunté yo. “Papá, no es justo que nos castigues
a Diego y a mi durante un mes a compartir cuarto. Sé que no va a funcionar y,
además, es un castigo impuesto y no entendemos qué pretendes conseguir con él”.
A medida que hablaba me parecía que empezaba a ponerse más y más nerviosa,
hasta el punto de que me llegó a comentar “que no era posible que ellos no
hubieran tenido la oportunidad de defenderse de las acusaciones que yo les
había hecho”. Así que, aprovechando el desayuno, decidí abrir una conversación
en la que estuvieran los dos involucrados y darles la oportunidad de expresar
sus opiniones y sentimientos.
El debate fue intenso y los dos tenían
palabra ágil (es muy interesante la facilidad de palabra que pueden llegar a
desarrollar unos niños de 11 y 13 años si es ponen a ello…primer aprendizaje).
La conversación fluía con energía y había una carga emocional muy poderosa en
las argumentaciones de uno y otro lado. De repente, uno de los dos niños me
espetó: “Es que tú sólo estás viendo el lado negativo de esta situación y no
sería bueno sólo quedarse con lo negativo. Papá, creo que eso te ayudará a
entender que deshacer el castigo tiene mucho sentido”
Me quedé pensando en el comentario y tuve
que parar un rato para reflexionar. Realmente era cierto lo que decía Diego ya
que durante la conversación no había aportado ningún argumento positivo. El
castigo había sido dirigido por mi malestar (ya entraremos en él en otro
momento) y nada de lo que proponía realmente tenía mucho sentido, si tenía en
cuenta los comentarios de los dos protagonistas. Si realmente ellos no veían el
valor del “castigo” seguro que no sacarían nada de la experiencia de compartir
y seguro que se cumpliría su predicción de que no serviría para nada….
Vaya dilema tenía ahora, podía mantener
mi posición orgullosa, de padre autoritario y arriesgar el éxito de la aventura
o, por el contrario, podía abrir aun más la conversación para entender mejor
cómo podía solucionar el problema de la relación de ellos dos, que se llevaran
un aprendizaje y que, además, lo reconocieran. Sería una experiencia muy
productiva, pero me di cuenta que no funcionaría de la manera que la estaba
planteando. Así que acepté el reto que me habían propuesto y contesté (con
alguna dificultad) a su petición.
Con la voz algo entrecortada, mientras
intentaba dilucidar qué debía contestar que fuera “correcto”, me vino a la
cabeza un primer pensamiento positivo de la situación que había ayudado a
crear: “pues sí que hay algo positivo” les dije, “y desde luego que muy
positivo de todo esto que está pasando. Y me acabo de dar cuenta gracias a tu
petición. Esta situación ha hecho que os hayáis puesto de acuerdo para intentar
terminarla. Y eso ya me parece que es un gran éxito, así que voy a reconocerlo
aquí y ahora delante de todos con este fuerte aplauso”…..y así me dispuse a
aplaudir.
Creo que la cara de Bea y Diego se
descompuso ante mi brillante respuesta, sobre todo por la implicación que tenía
en el posible desenlace del problema. Después de todo, la idea provenía (aunque
he de reconocer que de manera casual) del concepto de compartir más entre los
dos para generar una mejor relación. Es más, tal y como les dije “creo que este
experimento (ya no utilizaba la palabra castigo deliberadamente) está dando sus
primeros frutos. Este modelo está funcionando desde antes de empezar”.
No acabó ahí la conversación pero he de
confesar que el peso de la misma ya no estaba tan igualado y estaba claro que
yo llevaba la delantera. Con el enemigo casi derrotado, me dispongo a dictar
sentencia…pero cuál es mi sorpresa que Diego pide la palabra y sentencia:
“Papá, sigo pensando que no conseguirás nada”. Uff, qué planteamiento más
difícil de abordar. Me tengo que sujetar para no estropearlo todo con un nuevo
decreto absolutista y discrecional. Y recurriendo a una de mis competencias de
coach le digo: “efectivamente, creo que si así lo pensáis así va a ser. Estoy
seguro de que si pensáis que no va a funcionar, haréis todo lo posible por que
no funcione y será una lástima acabar, después de un mes juntos, sin llevarse
ningún aprendizaje y posiblemente una peor relación que al principio. Te
propongo, al hilo de la petición que me hiciste hace un rato, que ahora seas tú
quien me diga algo positivo que es posible que salga de esta experiencia…..”
Y claro, si a mi me costó pensar en algo
positivo imaginaros a él, que además estaba furioso porque se sentía claro
perdedor en el debate dialéctico que manteníamos…
Se hizo el silencio y pasaron unos
segundos hasta que pronunció su primera palabra, tan sólo par decir “no se me
ocurre nada positivo que podría surgir de este castigo, nada, nada”. Mi intento de encubrir el castigo bajo el
concepto de experiencia no había funcionado todo lo bien que había pensado pero
aun así le dije con calma “Mira Diego es totalmente lógico que no se te ocurra
nada positivo viendo el estado emocional en el que estás. Déjame que te
explique”, le dije. “ Antes necesito hacerte una pregunta pero necesito que
seas sincero. ¿Podrías describir cómo te sientes ante esta situación?” “Sí,
estoy fastidiado, molesto y me siento impotente ante tu castigo. No puedo ver
bien lo que quieres conseguir y siento que lo haces para fastidiarnos, para
quedar encima” me dijo.
“Oh”, le digo yo. “Ahora entiendo mejor
lo que te pasa. Gracias por compartirlo conmigo. Creo que tienes razón. Al
principio de nuestra conversación puse toda mi energía en ganar este debate,
pensando sólo en ganarlo y no tanto en crear una situación de aprendizaje para
todos. ¿Pero sabes qué? A medida que hemos ido conversando me he dado cuenta
que sólo si nos ponemos en una emoción que propicie el aprendizaje éste
ocurrirá, y eso también nos incluye a los demás. Te pongo un ejemplo: Cuando uno se siente
molesto y fastidiado, su mente se prepara para defenderse de un posible ataque.
Para ello elimina todas las demás opciones posibles para centrarse sólo en la
defensa y presta atención sólo a lo que puede representar un ataque. Todo lo que
no se identifique como una amenaza lo descarta o, mejor dicho, ni siquiera lo
identifica porque no le servirá para utilizarlo como defensa. Sólo de esta
manera es posible poner toda la atención en su objetivo de defensa y así
conseguir un buen resultado. Es decir, si estamos en un estado de fastidio y
molestia es prácticamente imposible que nuestra mente pueda ver lo positivo de
una situación. Es necesario cambiar de emoción a una que nos lo permita ver”.
Me quedo mirando a Diego y a Bea buscando
signos vitales que me den información acerca de cómo ha llegado mi
mensaje….pero sólo encuentro silencio. “Entonces”, me dice Bea con voz de intriga,
“¿Si no estás en la emoción adecuada es posible que no se pueda ver lo
positivo?” “Así es” le digo yo. “Pero te hago una pregunta muy fácil. ¿Qué
emoción crees tú que ayudaría ver las cosas positivas?” Se hace un corto
silencio y enseguida Diego contesta “pues, yo creo que cuando estamos
contentos, ¿no?”. “Así es”, le digo yo. “ y para que veáis cómo funciona os voy
a hacer una demostración”.
Más contexto sobre el jamón feliz
En mi casa, cuando se compra una pata de
jamón y estamos en el proceso de cortarlo, es fácil que se arremolinen entorno
a él los niños, todos pidiendo un probarlo.
Tenemos por costumbre darles un poco y es normal que los niños se pongan
muy contentos. De ahí que a este momento lo llamemos jamón feliz. Desde que lo
hemos hecho, al mero hecho de cortar jamón, los niños lo llaman Jamón feliz.
Pues bien, volviendo a nuestra historia,
les recuerdo a Diego y a Bea qué pasa cuando repartimos jamón feliz y en
seguida se les esboza una sonrisa en la cara. “Imaginaros que estamos cortando
jamón feliz y que lo estamos saboreando. Cada uno de nosotros tiene su pedacito
de jamón en la boca, o en la mano y está a punto de saborearlo, como hacemos
siempre. ¿Os lo podéis imaginar?” les digo yo. “Sí”, me dicen los dos. “ Y ¿cómo
os sentís cuando coméis Jamón feliz?...” “Papá, felices porque el jamón está
muy bueno” me dice Bea. “Y ahora, ¿cómo os sentís, pensando en el jamón feliz?
Les pregunto yo. “Creo que yo me siento muy bien”, me dice Diego.
Ok, pues ahora piensa en algo positivo
que vas a obtener de esta nueva situación, de esta nueva experiencia de
compartir juntos durante un mes que os he propuesto hacer…
Uff, Papá, eso es difícil…mmm, pero sí te
puedo decir que yo gano algo en esta nueva situación…y es que el cuarto nuevo
en el que voy a estar durante este mes tiene terraza y ¡eso me apetece! “Bravo”,
le digo, “ese es el espíritu que buscábamos. Bravo”. Inmediatamente, se suceden
otras miradas positivas a la nueva situación y pronto nos encontramos
explorando un espacio donde Diego y Bea se sienten divertidos, incluso hablan
de urdir planes juntos y se ríen.
Tanto es así que hasta Diego sugiere que
todos nos sometamos a la disciplina de cambiar para que también podamos
“disfrutar” de los parabienes de estos cambios…”¿Todos?”, digo yo. “Sí, todos. Porque
según tú de estas experiencias aprendemos todos, ¿no?” dice Diego. “Mmmmmmm, no sé qué decir a eso y tampoco sé
cómo se lo va a tomar tu madre” le digo yo. “Pues no entiendo nada. Si nosotros
lo podemos hacer y aprender de ello, también lo podéis hacer vosotros y
aprender de ello, ¿no?”
Una vez más me encuentro entre la tozudez
de la realidad y mis pocas ganas de experimentar y una vez más tengo la suerte
de darme cuenta que si no me expongo, la experiencia de los niños no va a
reportar beneficios a nadie y, además, voy a perder toda la credibilidad que
tanto me está costando obtener. Así que acepto su reto y propongo que todos
sorteemos cuartos y “roommates”, eso sí, sólo durante 15 días (dos semanas),
pero siempre que todos estemos de acuerdo en hacerlo. Para ello propongo que
toda la familia se congregue y que todos, uno a uno, acepten el reto y sus
consecuencias durante 15 días.
Mi mujer se niega, pero es rápidamente
persuadida por los ágiles y tenaces argumentarios de Diego. Ella sólo pone una
condición, que durante esos 15 días se mantenga un orden en los cuartos y en
las zonas comunes de la casa especial. Un orden que nunca se ha visto antes y
que obligará a todos los miembros a prestar una especial atención a este punto
durante el tiempo que dure la prueba.
Inconsciente de mi, acepto y conmigo
todos los demás. Puede que yo sea el más desordenado de toda la casa y, sin
darme cuenta, me he metido en un compromiso que ni siquiera yo sé si soy capaz
de cumplir.
Acto seguido empieza el sorteo…
Papá y Juan dormirán en el cuarto de
Diego (un tercio del tamaño del de Papá), Diego y Bea dormirán en el cuarto de
Bea, como ya había sido estipulado y Almudena y Mamá dormirán en el cuarto de
Papá y Mamá…(¡vaya reto! Me digo yo, pero ya he aceptado y cualquiera se
retracta. Me hubieran quemado en la hoguera…). Y dicho y hecho, todos empezamos
la mudanza de cosas y armarios y todos nos adaptamos al nuevo espacio que nos
toca…y ahí sólo podremos tener lo que nos quepa para 15 días (obviamente
pudiendo lavar como lo veníamos haciendo hasta ahora). Todo ha cambiado y
nuestro nuevo espacio, que también incluyeel cuarto de baño de viniera asociado
con el cuarto, nos da la bienvenida (en mi caso es la mitad de grande que el mío).
Nos esperan 15 días de aprendizaje.
Y yo que sólo quería que mis dos hijos
medianos se llevaran mejor. En la que me he metido. Todo sea por aprender. A
ver qué tal se da!!!
Les mantengo informados
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